jueves, 25 de septiembre de 2008

Intuición, sensatez y hallazgo

Pionero en la fundación del Departamento de Antropología del Táchira



Intuición, sensatez y hallazgo


Un 13 de septiembre de 1943, en el pueblo de Palmira, nace Sixto Guerrero, quien siempre manifestó entusiasmo al posarse en un par de piedras majestuosas del tamaño de un carro, ubicadas cerca de su casa




Desde muy niño Guerrero expresaba su instinto arqueológico, pues con gran entusiasmo solía buscar piedras planas, sobre las que realizaba dibujos que posteriormente pintaba.

Nunca recibió educación académica de la antropología. “Siempre estudié por mi cuenta. Yo no tenía quien me guiara hasta que llegó Reina Durán. A mi me gustaba mucho investigar. Yo investigué, investigué e investigué, hasta que hallé las primeras piezas arcaicas en Santa Ana del Táchira, específicamente en la Blanquita, Cacesín y San Joaquín”, destacó Guerrero.


Uno de los primeros libros que leyó el ingenioso tachirense, fue “Los tesoros ocultos, en el que se comenta que cuando una gallina culeca pone pollos amarillos, es una señal de que en ese terreno hay algo enterrado, ya sean tesoros o rastros arqueológicos” expresó.


En su juventud pasó algo que marcó su existencia. “En donde mi papá vivía, había una luz que corría en la pared de lado a lado; todos la veían pero nadie le encontraba alguna explicación”.


Un día, sin pensar mucho se dirigió a su madre y pidió una camándula. “A donde va muchacho” replicó la doña. El curioso adolescente no le prestó atención, tomó agua vendita y se dirigió a la pared en donde desde hacía tiempo se vislumbraba el resplandor, con la diferencia que en este caso “yo vi donde se metió”.


Con las herramientas necesarias, empezó a aporrear el muro de adobe hasta el punto en el que halló un hacha. Alega que si la persona entierra una pieza metálica y no la extrae antes de morir, la energía queda allí hasta que no se libere.

De educador a arqueólogo


En 1975, por órdenes del gobernador del estado Táchira, Luis Enrique Mogollón, Guerrero fue designado a estudiar Educación Pedagógica para Adultos en Rubio. Posteriormente, cuan si fuera hormiga, trabajó como secretario de oficina, animador y diseñador gráfico de la programación educativa en Santa Ana.


Un día, el licenciado Luis Eduardo Hernández Carrillo, director de Cultura y Bellas Artes para la época, le propuso laborar en el Departamento de Antropología que se estaba creando, bajo la coordinación de Reina Durán.

“Lo primero que le dije a Reina como su asistente fue: cuando a usted le den un café y no se lo vaya a tomar, no lo devuelva, recíbalo que luego yo me lo tomo, porque o si no, más nunca la atienden allí”, ostentó Guerrero añorando con una sonrisa en su rostro esos tiempos.

Génesis arqueológico tachirense

El trabajo comenzó en Capacho, con la fase de prospección en la Laguna Los Capachos, “comenzamos a buscar alrededor de la misma, allí encontramos gran cantidad de caracoles y algunos restos”. Guerrero cuenta que cuando alguien moría los indígenas; primero enterraban el cuerpo en posición fetal u horizontal y segundo, agarraban todas sus pertenencias y las lanzaban al agua.
La posición en que el difunto era enterrado obedece a los diversos mitos y rituales fúnebres que las tribus andinas solían practicar; como por ejemplo, la elaboración de las tumbas en forma de L, para evitar que la piedra que cubría el sepulcro maltratara al cuerpo.

Luego de 22 días de expedición arqueológica, en El Ceibal- Peribeca, en 1988, por órdenes de la antropóloga, debían continuar a otro sitio, pues no encontraron nada. “Le pedí a Reina que me dejara sólo por un momento y que me buscaran al cabo de un rato”, relató Guerrero.

Analizando la situación y tratando de buscar una estrategia para comenzar una excavación valiosa, “me senté en una piedra y una vez convencido del lugar en donde pudiese haber una señal indígena, realicé todo el ritual de una exploración. Armé las cuatro estacas y me dispuse echar pala hasta que luego de bajar 1.80 metros de profundidad, encontré tres vasijas seguidas”.

El arqueólogo empírico comenta que “dentro de los recipientes habían residuos de comida, pues la población indígena pensaba que cuando el individuo moría, se trasladaba a otro mundo y por ende debían llevar el avivo”.

Aunque no se precisó más nada, por el momento, Guerrero continuaba con la inquietud que no le permitía abandonar el territorio. “Estoy seguro de que ahí hay algo más” le expresó a la antropóloga Durán. “Es más, vamos hacer una apuesta, déjeme un par de obreros porque los voy a necesitar para la excavación”.

“Con una mandarria, la porra, el cincel y la ayuda de uno de los colaboradores, comenzamos a explorar la tierra, hasta que encontramos una laja”. Mas esa piedra no estaba vencida, “era un piso de 30 centímetros de espesor, construido por los indios”. Luego de fragmentarlo, encontraron restos de individuos sentados con los brazos cruzados, sobre piedras y a su alrededor finas vasijas y mollas” expresó Guerrero.

Con la emoción que le produjo el hallazgo del cementerio indígena, el arqueólogo se esmeró en arreglar un collar con 50.000 cuentas provistas allí. Manifiesta que los tres alfiles, como acostumbra a denominarlos, o azabaches negros que están en el Museo Regional del Táchira, fueron extraídos de este camposanto.


Esta fue una de las anécdotas más resaltantes en la vida como arqueólogo del tachirense Sixto Guerrero. “Reina no salía del asombro, pero de igual forma cumplió con el premio de la apuesta: un sancocho y una caja de cerveza”, manifestó entre risas y regocijo.

Aunado a ello, hace como tres años, cerca de Las Minas de Lobatera, “una familia me buscó para que les cuidara la finca. Empecé a recorrer los potreros planos en bestia, cuando de repente al pie de un árbol me encontré una pireta o metate, empleado por los indios para moler” exclamó Guerrero.

Lo que pensó en el momento, fue que “si aquí está ésta piedra, deben haber más”, comenzó con una machetilla y pico a excavar. Al finalizar la misión, a su alrededor se hallaban siete piezas similares, de las cuales dos, eran empleadas por los indígenas para sacar candela; éstas tienen en la superficie tienen un orificio, en el que se introducía un palo fino y con el frote continuo se producía la llama.

Guerrero asevera que la clave del éxito en una investigación es la constancia, perseverancia y convicción de que “encontrar cualquier pieza empleada por los indígenas, es una señal de que una comunidad aborigen habitó el lugar y por ende los restos hay que localizados”.

Relatos de Palmira

Guerrero dice tener algunas monedas de cobre, extraídas de la superficie en donde anteriormente quedaba el Samán de Palmira. Así mismo, afirma que hay un muro subterráneo extenso, que probablemente haya sido construído por los colonizadores españoles que se asentaron allí, luego de derrotar a los indios.

El fervor arqueológico de Sixto Guerrero, ha influido en la identidad del tachirense, pues debido a su contribución en las investigaciones llevadas a cabo en el Departamento Antropológico del Táchira, se han podido conocer gran parte de las diversas culturas indígenas que habitaron en el territorio durante la época Colonial.

Creación arcaica

En vista del aplomo y disfrute de Guerrero en la región, el Departamento de Antropología del Táchira lo envió a un Seminario de Restauración y Conservación del Patrimonio Cultural, en Quibor, por un período de tres meses. De retorno al país, dictó durante cuatro años cursos en el INCE de lo aprendido.

“Entre las piezas en cerámica que elaboré, se encuentra un jarrón con arcilla morada, áforas y un ídolo”. Para su elaboración empleaba diversos óxidos vegetales, extraídos de una meoda, pieza arcaica encontrada en una de sus investigaciones. Al romperla, en su interior había 15 kilos de óxido natural.

De igual forma, Guerrero extrajo de las petrificaciones de los árboles otros elementos, para evitar la compra de sustancias artificiales en el dominio del arte precolombino.

Hoy día, con un suspiro y tristeza en su mirada, el abnegado Sixto Guerrero expone que fueron muchos los conflictos familiares que influyeron en el abandono del compromiso arqueológico en la región. La muerte de cinco hermanos y la ruptura de su hogar por diversas razones, fueron causas suficientes para que el delirio por la excavación manifestada por Guerrero disminuyera con el correr de los años.

Hombre emprendedor

Reina Durán, directora del Departamento de Antropología del estado Táchira, confiesa haber conocido a Sixto en 1976. “Cuando él supo que yo iba a trabajar allí se ofreció a ayudarme. Siempre fue una persona muy colaboradora que me enseñó la idiosincrasia del tachirense y a comunicarme con los campesinos”.

“Es una persona muy inteligente, creativa, emotiva, habladora y emprendedora, que siempre tiene una solución ante cualquier situación”, manifestó Durán.

En una oportunidad, “yo por echarle broma, compre unas monedas doradas, las enterré por allá en un hueco y cuando el vio lo que se vislumbraba en el sub suelo, lleno de alegría, empezó a gritar. No obstante, el regocijo duró poco, pues después de un rato se dio cuanta que las monedas eran de chocolate. (Johana Flórez)

Bettina Pacheco: “La juventud inyecta juventud”

(Entrevista de personalidad) Por : Juan José Contreras Cárdenas.

Esta es la historia de una mujer emprendedora, que en medio de un mundo en transición ha estudiado el legado literario de otras mujeres, reivindicando el ser femenino y marcando un sentido reconocimiento a ese personaje que es madre, hija, hermana y amiga; Bettina Pacheco: el carisma proyectado hacia la pedagogía y la investigación.

“Yo nací accidentalmente en Maracaibo, por razones de trabajo mis padres vivían allí, pero en verdad mi vida ha transcurrido en Caracas hasta la adolescencia y los Teques estado Miranda, hasta que me gradué en el Pedagógico, hice mi maestría y me gradué en la escuela de letras de la UCV, hice una maestría en la Universidad Simón Bolívar de Literatura Latinoamericana y del Caribe”.

La profesora Bettina se dedicó a la docencia, es una mujer encantadora y llena de vida, sin duda una gran candidata para difundir conocimiento en la enseñanza, con una sonrisa aparentemente perpetúa en su rostro recuerda el origen de su vocación:

“Fue como un Azar, yo empecé estudiando psicología, mi papá quería que estudiara derecho, estudié un año derecho, en la Universidad Católica en Caracas, pero descubrí que eso no era lo mío, yo pasaba todos los días por ahí por Montalván frente al Pedagógico en el Paraíso, tenía amigos en el Pedagógico y como me gustaba la literatura, siempre fui buena en Castellano, encontré mi vocación accidentalmente.”

Habla con mucho cariño sobre sus padres, ellos son Jesús Pacheco y Berta de Pacheco, él fue vice- rector de la Universidad de los Andes – Táchira, ella trabajaba en la oficina de estadística vital de la gobernación del estado Miranda. En medio de la referencia a sus padres sigue hablando de su carrera:

“Trabajé 14 años en educación media y dije, bueno, ahora quiero otras cosas, hubo la oportunidad de un concurso aquí en San Cristóbal, vine para acá a concursar, gané y ya tengo como 16 años aquí en San Cristóbal.”

“Ahora me jubilé, estoy jubilada a partir del primero de septiembre, es una primicia (risas), quiero seguir en el ámbito académico, de investigación, post-grado, no perder el contacto con la universidad, fue una buena elección, de chiquitica jugaba mucho a la maestra, de alguna manera eso estaba ahí y no me había dado cuenta, ese fue el rumbo de mi carrera.”

“Si hablamos de mi línea de investigación yo trabajo mucho con la escritura de las mujeres, siempre se habla de los escritores, generalmente cuando se hacen listas de escritores y programas para dar clases son todos hombres… y las mujeres también escriben, claro no han escrito con la misma productividad que los varones puesto que las mujeres en la historia han sido sometidas durante muchos años, esto a partir del siglo XIX empezó a cambiar y ya hay muchas mujeres escritoras”.

“Yo me he puesto en esa línea, a leer un poquito a las mujeres, no con un sentido feminista, no es que rechace el feminismo, pero no es una militancia, se trata de que las escritoras también participen y que los muchachos y los alumnos y la gente en general pueda ver las cosas con la perspectiva de género, que las mujeres tenemos una visión del mundo diferente, también planteamos cosas distintas, el mundo no tiene porqué ser especialmente visto bajo el ojo masculino, las mujeres también tenemos algo que decir.”

La profesora Bettina es divorciada, tiene un hijo de 29 años, dedicado a las computadoras, su núcleo familiar se complementa con sus padres, a quienes describe como muy dinámicos, su hermana que vive aquí mismo en San Cristóbal, muy cerca de su casa y tiene además dos sobrinos.

“Es toda una polémica si existe literatura femenina o no, las mujeres mismas, las escritoras dicen que no existe, porque pareciera que nos apartaran y es un género por ahí hasta menor y eso a nadie le gusta. Desde luego tiene que haberla, hay diferencias en el lenguaje, en la manera de tratarnos, los gestos, cómo no va a haber una diferencia a la hora de escribir y de manifestar las ideas, lo que pasa es que a veces existe esa ansiedad positivista de demostrar que ese texto es escrito por una mujer o por un hombre”.

“Sin embargo he oído por ahí en ponencias… recuerdo haber ido una vez a Colombia a una ponencia, la leí, recuerdo tener a mucha gente, habían unos profesores de la Universidad Javeriana, uno de ellos se me acercó y me dijo “esa ponencia no la pudo leer sino una mujer”.

Aunque algunos autores digan que la escritura no tiene sexo, tu vez que hay algunas señales que de pronto pueden demostrar que hay un texto escrito por una mujer, las visones del mundo, las imágenes, los personajes tratados, el predominio de los personajes femeninos, quizá las figuras masculinas más opacas en la escritura de las mujeres, frente a lo que escriben los hombres que es más centrado en la visión masculina del mundo.”

La escritora favorita de la profesora Bettina es Teresa de la Parra, también le gusta mucho Ramón Sucre que es un poeta. Ella cree que las diferencias entre escritores y escritoras aun están muy marcadas, pero el siglo de la mujer es el siglo XXI, que el mundo en poco tiempo rompió con lo que se le había prohibido durante tanto tiempo y que ahora ese mundo se ha civilizado mucho, “no solo están evolucionando las mujeres, los hombres también han tenido que cambiar, el hombre se ha incorporado a otras cosas y la masculinidad se define de otra manera”.

Entre otras actividades la profesora disfruta de varios hobies: “me gusta la caminata, tengo un buen gusto en hacerlo, a veces aeróbicos, yoga, me gusta mucho bailar… pero me considero una bailarina frustrada (risas), quizá cuando era joven no habían tantas oportunidades como ahora, quizá en otra vida…”

“Si me preguntan racionalmente si creo en otra vida yo digo que no, pero cuando estoy por ahí, yo digo… hay, esto tiene que ser de otras vidas porque esos misterios, causalidades… son cosas que digo en tono de broma pero lo incorporo, algo debe explicar los cariños o las sensaciones que a veces se siente por otros.”

La profesora es católica por tradición aunque la reflexión y la espiritualidad es amplia en estos tiempos, no en vano comenta que por muchos años la iglesia fue discriminadora de la mujer, pero reitera que los tiempos están cambiando y el reconocimiento llega.

Continuando con sus actividades, “ me gusta cocinar, colecciono recetarios de cocina aunque no suelo cocinar mucho (risas), porque todo lo que se cocina engorda, vivo en una dieta eterna, me gusta la lectura, me gusta viajar, acabo de regresar de Brasil de un congreso, soy predecible no tengo gustos raros”.

Con luz en sus ojos recuerda su experiencia en la docencia, y con el entusiasmo de hacer muchas cosas ahora en esta nueva etapa de jubilada reitera no desligarse del todo de la universidad, “ya regresaré como jubilada activa, para talleres u otras actividades, los muchachos te obligan a estar al día te empapan de su energía, la juventud inyecta juventud”.

Teresa de la Parra
Ana Teresa Parra Sanojo nació en París el 5 de octubre de 1889, es la escritora venezolana más conocida, como Teresa de la Parra, es considerada una de las mujeres y escritoras más destacadas de su época. A pesar de que gran parte de su vida transcurrió en el extranjero, supo expresar en su obra literaria el ambiente íntimo y familiar de la Venezuela de ese entonces. Incursionó en el mundo de las letras de la mano del periodismo y escribió dos novelas que la inmortalizaron en toda América: Ifigenia y Memorias de Mamá Blanca. Su novela más conocida Ifigenia, planteó por primera vez en el país el drama de la mujer frente a una sociedad que no le permitía tener voz propia. Teresa de la Parra murió en Madrid, el 23 de abril de 1936.